lunes, 12 de marzo de 2018

¿En tu casa o en la mía?



Hoy Paula está preciosa.

Nos hemos vuelto a ver después de un tiempo. Todo fue muy rápido la primera vez, estoy atacado de nervios. Su sonrisa me cautiva desde el minuto uno. Un vestido ceñido marca su silueta trabajada por el gimnasio. Su media melena castaña clara bien peinada la convierte en una de las mujeres más elegantes que he conocido.

Esta mañana a primera hora me envió un mensaje pidiendo que nos viésemos cuanto antes. He reorganizado mi agenda de la tarde y aquí estoy contemplando s belleza mientras ella atiende una llamada en el móvil. No conozco este lugar, es una cafetería muy agradable que está en el centro de la ciudad, pero, en una calle poco transitada. La decoración hace honor al café, veo en sus paredes fotografías de cafetales, estanterías con sacos de café que se suponen llenos. Molinillos de café, una estantería con libros relacionados con el café, una estantería acristalada con una especie de colección de tazas de café donde se pueden ver maravillas de porcelana.
El local está compuesto por mesas antiguas de madera con sillas todas diferentes mostrando el esplendor que en su día tenían y dos rincones donde los sofás con mesas bajas dan un ambiente más cálido y acogedor.

Mientras inspecciono el precioso local no pierdo de vista a Paula, ella también me sigue con su mirada, viendo  que nuestra conexión es total. Por suerte hay poca gente a esta hora y por gestos le sugiero que cambiemos de mesa y nos instalemos en uno de los sofás. Se levanta y atenta a su conversación se deja guiar por mi mano.  Se despide del interlocutor de la llamada y nos abrazamos con tanta pasión que nos olvidamos donde estamos. Los nervios se calman mientras sincronizamos nuestra respiración en un abrazo de un par de minutos donde al final conseguimos respirar al unísono.

-          Juan Carlos tengo que explicarte muchas cosas, pero lo más importante es que me he divorciado.
-          Paula, ¿por qué no me lo has dicho antes? Me hubiese gustado estar junto a ti en este delicado momento.
-          No te preocupes, estoy bien. No ha sido fácil, pero no quería molestarte. Tú ya tienes algunos problemas
-          Bueno, pues cuéntame cómo estas.

Paula me explica que Roberto en ningún momento aceptaba el divorcio como una posibilidad a tener en cuenta. Él estaba dispuesto a todo para mejorar su relación, pero no aceptaba que ella no quisiese estar con él aun diciéndole que no lo quiere. Ha sido una lucha emocional llena de chantajes donde la protagonista ha sido su hija de 20 años. Todavía sigue insistiendo que vuelva con él, pero Paula tiene claro el paso que ha dado. Su hija la entiende y la apoya en todo. Ahora su relación con ella ha mejorado.

Paula sigue explicándome:

-          Estoy tan feliz que haber conseguido mi objetivo, quería compartir mi felicidad contigo. ¿sabes que pasa?
-          Dime.
-          Veía como mi vida se consumía y no quería vivir con tantas limitaciones, soy una aventurera, me gusta relacionarme con la gente y ahora que mi hija empieza a vivir su vida no puedo permitirme vivir una vida que no me pertenece. Ya sabes que desaparecí dando pocas explicaciones. No quería más motivos que ver mi infelicidad con mi pareja. Y ahora que todo ha pasado me moría de ganas de verte. 
-          Ufff, me dejas impresionado Paula. No quise agobiarte cuando me dijiste que necesitabas tu tiempo para volvernos a ver, pero ahora lo entiendo y sé que todo tiene su curso, y todo sucede por algo. Y me parece fantástico que lo has hecho sin ningún condicionante.

    Nos pasmos toda la tarde poniéndonos al día. Risas, café, vino… son de esas tardes que cuando miras el reloj te das cuenta que las horas se consumen a un ritmo poco habitual. Decidimos ir a cenar a un lugar cercano que los dos conocemos. En esas pocas horas es como si no hubiesen pasado esos cuatro meses que habíamos dejado atrás.

    La cena transcurre con la misma dinámica de la tarde, hablamos de nuestros hijos, del trabajo de algún conocido en común y ya llega la hora de ir abandonando el lugar. Quedan solamente tres mesas a parte de nosotros. Pago en la salida mientras Paula va al baño. Al ver que tarda aprovecho para ir yo al lavabo.

    Justo en ese momento Paula sale y sin pensarlo me abraza y me besa con pasión. Estamos en el descansillo que une los tres lavabos, el de caballeros, el de damas y el de minusválidos. Es uno de esos besos donde nuestros cuerpos se funden en la pasión del momento olvidando donde estamos… como dos adolescentes  aprendemos a que sabe el amor. Sensaciones quizás olvidadas debido al trepidante ritmo de nuestras vidas. Juntos paramos los relojes. Nuestra saliva se mezcla mientras las manos no cesan de acariciar al otro intentando llegar a la piel y sentir esos escalofríos que nos provoca el deseo acumulado de tantos meses sin saber nada el uno del otro.

Cesamos en el beso mientras entramos dentro del lavabo de minusválidos. Repetimos beso mientras mis manos se posan dentro de su camisa para desabrochar el sujetador y liberar sus pechos. Pezones erectos que acaricio mientras mi lengua recorre su cuello, su cabeza apoyada en la pared, totalmente entregada a mi deseo y  caricias… abro la camisa de un golpe seco donde los botones resuenan al caer al suelo de parquet que hace más cálido nuestro lugar iluminado con luces indirectas que se reflejan en baldosas blancas de cerámica.

Paula, mientras yo recorro con mi lengua sus pechos liberados unos segundos antes, ha conseguido desabrocharme el pantalón y sin mediar palabra se desliza hacia abajo por la pared hasta arrodillarse. No recordaba el placer de su lengua en mi falo completamente erecto, mis piernas se tambalean al ritmo que marca su lengua… la desliza suavemente desde la punta hasta mis testículos. Se entretiene libremente en mi sexo mientras estiro mis brazos para apoyarme en la pared y no perder la estabilidad. Mirando hacia abajo sorprendo su mirada sin que deje de saborear en ese justo momento la punta de mi miembro. Sus manos clavadas en mi trasero marcan el ritmo de entrada y salida del manjar en su boca.  Recuperando mi equilibrio la levanto delicadamente, dejo caer su falda encima de sus zapatos de tacón y  con la locura en mis manos la giro para penetrar su sexo desde atrás.

Apoyada en el mueble del baño retiro levemente su tanga rojo de encaje  mientras nos deshacemos en el placer de la penetración justo en el momento qué nos miramos a través del espejo. Sus silenciosos gemidos contrastan con mis enérgicas empotradas donde la piel de Paula se eriza justo cuando me regala su orgasmo. Con una mano la sostengo para no separarla del cuerpo y con la otra domino levemente su torso al hacer mía su media melena. Excitadísima y disfrutando todavía su orgasmo se gira para decirme que nos tendríamos que ir del restaurante… nos intentamos vestir el uno al otro mientras nuestras bocas siguen encendidas en la pasión de vivir nuevamente la buenísima conexión que siempre tenemos.

Sonrisas y miradas mientras por fin a medio metro de distancia logramos vestirnos y abandonar cuanto antes el baño con una sensación de que nos van a pillar in-fraganti .  Paula se pinta rápidamente los labios y me besa justo después sabiendo que el sabor a carmín no va conmigo.

Al salir al descansillo del wc está todo controlado, no hay nadie. En la sala todavía están las tres mesas y pasamos desapercibidos al despedirnos del jefe de sala que nos saluda amablemente con una sonrisa. Al dejar atrás la puerta del  restaurante nuestra carcajada cómplice nos plantea una sola cuestión que pronunciamos los dos a la vez.

-          ¿Se habrán dado cuenta?
-          Ahora qué más da Paula, sonrío yo de nuevo
-          Si, si, ha sido genial, ¿Dónde dormimos hoy? ¿En tu casa o en la mía?




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